domingo, 7 de agosto de 2011

México día 3, primera parte: Madre Tierrita


El día tercero fue probablemente el que más me marcó en el proceso de cambios que a día de hoy incluso experimento. Madrugamos como de costumbre y me levanté con cierto nerviosismo. Hoy era el día en que haríamos el Temazcal y todos estábamos bastante ¿asustados? o con cierto nerviosismo. El desayuno tuvo que ser ligero, un poco de fruta y nada de grasas ni proteínas, ni si quiera café. Recogí el bañador y la toalla de la habitación y preparé la mochila, me puse ropa blanca para realizar los rituales y me monté en la guagua un poco más decidido.

Fue realmente mágico, sólo se conocían rumores del Temazcal y de lo que haríamos en ese día. Casi susurrando hablábamos en el trayecto, el respeto se palpaba en el aire y yo como siempre ante el miedo tuve que vacilar y reírme un poco. Sí, es uno de mis sistemas de defensa. Paramos en una parcela en medio del campo; recuerdo una casita y un árbol en el que todo el grupo hizo un círculo. Toztly nuestro guía, colocó una gran copa de obsidiana en el centro del árbol, justo de donde nacían las ramas. Quemó en su interior copal y algunas ramas recogidas del suelo y como quien invoca a los espíritus, comenzó a llover de manera suave. Aprovechando que estábamos todos nos presentamos y explicamos los motivos por los que habíamos venido. Yo me expliqué diciendo que realmente desconocía mi verdadera motivación, fue como un acto espontáneo el decidir venir, pero tenía claro que venía a encontrarme.


Amy y Toztly nos guiaron a una nueva iniciación, bajamos unas escaleras de piedra hasta colocarnos en frente de la entrada de una cueva. Para colmo Miguel nos dijo que dentro encontraríamos nuestros miedos más ocultos. Inevitablemente me acordé de Yoda aconsejando a Luke Skywalker que no entrara en el árbol oscuro. Empezaron a salir ruidos de su interior, un sonido similar al viento pero que recordaba a los jaguares. Luego el sonar de una concha. Con la copa de obsidiana en la mano, Toztly empezó a cantar en bajo una palabras, un humo blanco salió despedido entre la lluvia. Nos entregaron uno a uno una diadema roja que nos colocarían en la cabeza. Ahora estábamos preparados para ser Guerreros del Arcoiris.

Bendijeron las diademas y a nosotros y salieron de la cueva un chamán y una chamana como nunca los había visto. Él era un HOMBRE, representación de lo masculino consciente, vibraba en armonía con el entorno y sus palabras te penetraban tan adentro que te sentías minúsculo y capaz de obedecer todo lo que te pidiera. En su cabeza portaba unas pieles de jaguar y un plumaje impresionante. Su voluntad era tal que te imbuías en su cuerpo sin saber cómo. En ese momento me sentí capaz de entrar en la cueva y en donde fuera. Ella era una MUJER, representación de lo femenino consciente. Pese a su edad, los movimientos que hacían eran tan sensuales y eróticos que por un momento me olvidé de tener mi edad consiguiendo sacar lo más salvaje de mi, pasó a nuestro lado con unas ofrendas y al mirar sus ojos oscuros penetré en su interior, su sabiduría era sin igual. Sus emociones se transmitían a todos nosotros, pero era capaz de expresarlas sin dejarse llevar por ellas, era como si las controlase. Hicieron unas danzas y unos cantos, nos arrodillamos con una rodilla y la mano derecha en el suelo y la izquierda en el corazón. Nos levantamos como Guerreros del Arcoiris.

Entramos a la cueva siempre respetando el orden de hombre-mujer. La oscuridad se palpaba pero ¡qué leches! pensé. Yo me crié en una cueva subiendo y bajando tubos volcánicos y caminando entre callados. Pasamos por una puerta hecha por la naturaleza con roca volcánica y encontramos el vientre de la madre. El espacio estaba definido pese a la oscuridad, un chorro de luz caía desde el cielo e inundaba todo ese círculo central de bóveda volcánica. En el centro de la luz, un altar con semillas de maíz negro, flores, copal, plantas medicinales y unas piedras de obsidiana negra. Dentro nos esperaban dos jóvenes guerreros emplumados y una chamana muy joven vestida de blanco. Sonaron los tambores, las conchas que llevaban atadas a sus pies y las caracolas llamando a los espíritus. Danzaron y cantaron dándonos la bienvenida como hacían los mexicas en Tehotihuacan cuando llegaban forasteros. Nos invitaron a participar y comenzamos a bailar en círculos, cantamos hacia las cuatro direcciones y la cueva resonó con nosotros, eso sí que era arquitectura viva, todos éramos Uno.

Al repetir la danza en las cuatro direcciones, mirando hacia el Norte, si mal no recuerdo, noté como caía de manera muy sutil sobre mi cuello una especie de hoja peluda. Pensé que sería un efecto del transe o algo por el estilo, pero de pronto noté un pinchazo que me recorrió toda la espalda. Una araña me había mordido la nuca. Siempre he respetado a las arañas, en general no suelo matarlas, me gustan porque se comen a otros bichos y en cierto modo te protegen. Pero esta vez el miedo me recorrió el cuerpo junto con el pinchazo, ¿sería venenosa? ¿moriría de pronto sin más?. No quise gritar ni quejarme, todo era tan bello que fastidiar ese momento podría haber destruido nuestra iniciación. Una voz interior me habló y me dijo, “calma, está todo decidido”. Respiré y con mi mano agarré a la araña, la tiré al suelo y con mis dedos masajeé las ulceras que habían aparecido en mi nuca y espalda. El picor continuó unos minutos hasta que desapareció. Alguien del grupo, casi al final del viaje me explicó que esa araña me podía haber abierto un canal, al más puro estilo de acupuntura.


En la última danza conchera, las chamanas cogieron las piedras y el maíz y fueron entregándonoslas uno a uno. Cuando palpé las manos de esa mujer sentí un amor tan profundo que no me hubiera separado de ella en la vida y aún la llevo en la piedra. Salieron con sus despedidas tradicionales y haciendo un círculo. El grupo y nuestros guías nos quedamos en silencio observando la cueva, viendo como el chorro de luz lo inundaba todo y percibiendo los sonidos del interior de la tierra. Toztly dijo unas palabras, luego Amy y Miguel, nombramos el 15M y les mandamos energías. La gente del grupo habló y yo hablé desde mi silencio dije “aún hay esperanza”.


Amy pidió hacer una fila hombre-mujer y nos adentramos en lo profundo de la cueva. A medida que avanzabas no veías nada, llegó un punto en el que no sabía si estaba con los ojos abiertos o cerrados y palpé con todo mi cuerpo las afiladas rocas volcánicas. Experimenté mi niñez, cuando de pequeño jugaba en la cueva con mis amigos. Iba bastante confiado y feliz hasta que de pronto, la mano que sujetaba delante de mi desapareció. Tenía detrás a un grupo de unas treinta personas que tenían que ser guiadas por mi persona hasta la salida, en una cueva que tenía mil entradas y salidas y todo esto por supuesto en silencio y sin poder hablar. Saqué el valor desde mis entrañas, me puse en cuclillas y comencé a caminar. No veía absolutamente nada, sólo palpaba; los arañazos se convirtieron en caricias y llegó un punto en el que no sabía donde empezaba yo y donde empezaba la cueva, sabía lo que estaba pasando, había perdido la noción de mis límites físicos. Y en medio del miedo y la calma la mano apareció de nuevo, parándonos en una bifurcación, no sabíamos por donde seguir. Recuerdo que la chica que iba detrás de mi se puso delante mio y me dijo, ahora los guío yo. Escogió una de las rutas, encontrando la verdadera salida, Amy estaba en el final del camino, otro chorro de luz apareció del cielo y ascendimos por unas escaleras hasta la superficie. Fue mi primer nacimiento en ese día, otra muerte tendría lugar horas después.

1 comentario:

  1. Lástima que esas razones que te han llevado a dejar de escribir tu periplo por tierras mexicas sean más poderosas que lo que motivó que lo comenzaras y por tanto, que lo compartieras.

    Un abrazo de la chica que te dio la mano y te guió en esa cueva arropada de oscuridad.

    Cuídate.

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