Y el proceso se iniciaba. Hacía mucho tiempo que no tomaba una decisión que me diera tanto miedo y me enfrentara a mi mismo. Miedo al viaje, a la gente del grupo, a los guías y al propio México. Pero el día anterior me suena el móvil, era una chica del grupo que ya conocía y que no sabía que iría, añadí calma a la calma.
Al llegar al aeropuerto no conocía a nadie, ni si quiera a mi mismo. Me presenté a los que pude y me encontré con un chico que por cosas del destino sería mi compañero de habitación. Hablamos de nuestras cosas en el avión, de temas espirituales y terrenales y nos dimos cuenta que cada uno de nosotros teníamos un objetivo común en el viaje y que habíamos llegado a él por causas casi similares y en circunstancias parecidas. Somos como uña y carne.
Después de 12 horas de avión y ver tres películas y conocer un poco más a mis compañeros del viaje, aterrizamos. La gente es magnífica y algunos realmente parecen tener poderes (os contaré más adelante). Mi maleta llegó la última y pasé un miedo horroroso, pero además unos españoles que trabajaban por allí decidieron meterme más miedo y explicarme la de torturas que hacen los mexicanos a los turistas, raptos, intercambio de órganos… Lo cierto es que al conocer a los guías del viaje, nunca sentí tanta seguridad en mi vida. Podía irme a una guerra que no me pasaría nada de nada, igual moriría, pero en paz.
Fui catando cada visión de México, cada olor y sonido. Llegamos de noche y con jet lag, simplemente me metí en la cama y esperé a que me llamaran al día siguiente a las 6.00 de la mañana, comenzó la iniciación mexica.
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