Día 4: Ciudad de los Ángeles
Pese a la luz parpadeante de nuestra habitación de hotel, esa noche dormimos como verdaderos angelitos. Tomamos nuestro último desayuno en el DF y nos embarcamos con destino a Oaxaca. Antes de iniciar el viaje paseamos por la plaza del Zoco y vimos la catedral. Es un verdadero reto arquitectónico como sigue en pie, ya que se levanto sobre una laguna y sus cimientos han cedido en algunas partes provocando el hundimiento de la misma. Es una sensación extraña y da cierto “mareillo” caminar entre pilares casi inclinados.
Partimos con destino a Oaxaca pasando antes por Puebla. Este sitio es fantástico, se trata de una ciudad colonial muy bien organizada y con una arquitectura exquisita. Realmente me sentía como en casa ya que en cierto modo era como La Laguna. Paseamos por sus calles reticulares y visitamos la catedral dedicada a Santo Domingo. Luego vimos la capilla del rosario, de estilo barroco y yo diría que casi rococó. El oro de las paredes me hizo sentarme durante unos minutos a observar la luz del lugar, realmente acogedora. Puebla también es conocida como la Ciudad de los Ángeles ya que por todos lados hay esculturas de estos seres. No se si es por la imaginería o por lo bien organizado que está todo, pero se estaba realmente bien en ese lugar.

De Puebla recuerdo a su gente y su comida. Eran divertidos y simpatiquísimos, sólo te digo que unas chicas se pararon para hacerse una foto conmigo porque por lo visto les recordaba al novio de la Nancy , jajajaja. Luego me enteré que viene a ser el Kent de la Barbie. Comimos y he de reconocer que ya estaba malo de la barriga, cosa que no se me fue hasta llegar a Madrid, eso sí, no le presté ni el más mínimo caso, los nachos son increíbles y las fajitas están buenísimas.
Hicimos la digestión y ya sí nos fuimos con destino a Oaxaca, el viaje fue largo, pero divertidísimo. Aproveché para desinhibirme un poco y con el subidón que las mexicanas me habían dado me puse a cantar y contar chistes junto con mitad de la guagua. En una de las paradas pudimos observar a uno de los abuelitos de México, se trata de un gran cactus con cientos de rostros y formas parecidas a humanos, animales y ciertos seres ¿mitológicos?.
Continuamos y de pronto tras un momento de sombras aparecimos en lo alto de un barranco sobre el que se tendía un manto de montañas con cientos de tonalidades verdes. Vimos a lo lejos como las nubes se apartaban y dejaban escapar al Sol, mostrándonos la mejor sensación lumínica que había tenido nunca. No se si era por la niebla o por la humedad, pero el valle me recordó a los paisajes de fantasía que se narraban en cuentos como el señor de los anillos. Me subí a una piedra y me sentí un guerrero protector de la madre tierra, a mi mente vinieron reflejos de todos esos juegos de rol en los que el personaje con su espada antes de una batalla sube a lo más alto a meditar. La montaña nos mostró todo tipo de secretos, cuevas, grietas, árboles, águilas y algún que otro rostro escondido.

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