
Sí, lo confieso, la chica que pululaba por el aeropuerto estaba muy buena, pero tenía un gran defecto.
Llevo desde hace un tiempo con un vicio, ahogar mi tiempo “libre” en llamadas de teléfono, me explico. En vez de descansar el trayecto del tren o del metro o disfrutar del andar por el Parque del Oeste o el recorrido a mi casa, últimamente desaprovecho esa oportunidad de vivir, por el de llamar por el móvil. Nunca me dí cuenta o quise darme cuenta, hasta ayer.
Como comenzaba, sí, la chica que ayer vi en el aeropuerto era muy guapa, pero nunca pude observar como una obsesión desfiguraba el “tipo” (mental-físico) de una persona. Esta chica, a la que todo el mundo observaba, se ve que esperaba a alguien, me recordaba mucho su estilo a las mujeres esas que salen en el programa de la sexta, ese sobre millonarias (no me se el nombre, y no tengo ganas de buscarlo). Estuvo esperando un plazo de una hora, aproximadamente como yo, y creo que no estuvo allí ni siquiera un minuto. No podía estarse quieta, se movía de un lugar a otro, hacia adelante y hacia atrás con su única realidad “el móvil”. Lo colgaba y lo volvía a coger, miraba hacia la puerta y en menos de 4 segundo marcaba otro número y otro y otro y otro…
Sí, la chica que torpemente vivía su vida, en verdad estaba perdiéndose ese precioso momento presente, un único lapso de tiempo en el que podría estar en silencio y escucharse.
Las ironías que viví fueron varias, primero que yo sigo sus mismas pautas desde hace un tiempo, haciéndome ver a mi mismo que ya bastaba de malgastar palabras sin sentido. La segunda, que en este mundo contemporáneo todos creemos controlar y vivir nuestra vida a tope y vulgarmente me expreso… ¡Y UN HUEVO! Cuanto más tenemos para distraernos, más esclavos somos de esta realidad zombie.
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